Entrevista Sergio Moya Mesa
¿Cómo fue el taller de fotografía nocturna urbana en Madrid?
QUIÉN SOY
Buenas. Para que podáis conocer un poco más sobre mí y sobre este proyecto, os propongo dos versiones. Una corta y directa; y otra algo más extensa y personal.
Mi nombre es Juanma Ferreira Morgazo y, además de ser fotógrafo desde finales del siglo XX, soy el responsable de todo lo relacionado con La Maldita Fotografía.
Este proyecto es la herencia directa de uno anterior que nació a finales de 2017, llamado Callejea y Fotea, que dio formación fotográfica a cerca de un centenar de alumnos y alumnas interesadas en aprender fotografía de manera grupal o individual.
Ahora ese proyecto raíz se reinventa con un nuevo nombre y una nueva imagen, adquiriendo nuevos objetivos como la creación continua de contenido a través de web, redes sociales y como no, realización de talleres de fotografía.
Si decides quedarte por aquí y estás interesado/a en aprender, creo que podrás conseguir llegar a disfrutar de La Maldita Fotografía.
“Maldita Fotografía… ¡Maldita Fotografía!” Cuántas veces habré dicho o pensado esto cuando empezaba a estudiar el grado superior de Imagen en el Valcárcel (conocido instituto del barrio madrileño de Moratalaz) allá por 1997.
Yo quería estudiar cine, hacer pelis y esas cosas. Pero no, aquel módulo era “solo” de Fotografía. Bueno, había que apañarse. Mi padre, que unos años antes me había comprado una cámara de vídeo para grabar las colas que hicimos en la Expo ´92 de Sevilla, me volvió a comprar un nuevo artilugio, la Nikon F50 y dos objetivos. Uno para cerca y otro para lejos. Y unos carretes y una bolsa horrible, pero muy práctica que hace poco vendí en Wallapop por 5 euros.
Así que empecé a estudiar fotografía. Por allí me pasaba tarde tras tarde para intentar aprender algo con lo que ganarme la vida. Fueron dos años. El primero fue genial porque conocí a gente estupenda (Susana, Kike, Cris, Antonio, Mayte, Itziar, incluso Ruth), pero el nivel de interés de los profesores que tuve fue penoso. Había clases mejores y peores, pero en general no era algo para recomendar a nadie. A pesar de todo ello, tenía 19 años y ganas de aprender y de divertirme. Y oye, lo conseguí. Sobre todo, lo último.
Así que, poco a poco, empecé a cogerle mucho cariño a eso de hacer fotos y después meterme a trastear con productos químicos que daban como resultado copias en papel de todo aquello en lo que no me había fijado antes de tener una cámara. El primer año no se me dio mal y lo aprobé todo, incluso inglés.
Pasó el verano y seguí haciendo fotos y revelando en casa para poca fortuna de mis padres y hermana (y es que los químicos con los que revelaba olían fatal).
Llegó el comienzo del segundo y último año del módulo y con él nuevos profesores. Y si los del primer año eran pésimos, los del segundo eran sus primos hermanos. Excepto uno, Pedro Gómez Jiménez. Un maestro en toda regla del cual todos los días aprendimos algo.
Y allí estábamos todas las tardes liados con cámaras réflex y de gran formato, cargando chasis con rollos de película infinita y practicando la química que nunca me interesó en el colegio, pero que aquí adquiría un sentido al hacer las diluciones para revelar y positivar nuestras imágenes.
Llegando ya el final del curso, apareció mi preocupación por saber si estaba preparado para ser fotógrafo. Un día le pregunté a Pedro cómo podía conseguir mejorar en la fotografía y él me respondió con otra pregunta:
– ¿Cuántos rollos disparas al día?.
-No sé, quizás un par de rollos a la semana -Y eso que llevaba la cámara conmigo hasta en el curro. Era encuestador telefónico por aquel entonces-.
- Pues haciendo un rollo o dos al día, mejorarás.
Y así hice, disparar, disparar y disparar. Y con ello, desesperarme, gritar, reír, conocer clientes maravillosos y otros, por decirlo suavemente, menos estupendos. Así que aquello de unas líneas más arriba: -¡Maldita fotografía! -estaba más presente que nunca. Y es que comer de esto no era, ni es, nada fácil.
Y mientras empezaba en el mundo laboral como fotógrafo, seguía formándome, así que al salir de allí, pasé por una reconocida y cara escuela de fotografía. Tiré el dinero. No aprendí nada.
Después de un tiempo, en el que estaba descubriendo lo complicado que era tener una continuidad en este trabajo, escuché que los desempleados podíamos hacer unos talleres de fotografía de, nada más y nada menos, siete meses y salir de allí especializados en fotografía de estudio.
Eché los papeles, pasé un examen y una entrevista personal y volià, me admitieron.
Y allí también tuve otra gran alegría porque conocí a Manuel Rodríguez, otro gran docente que me ayudó y asesoró más allá de lo que le exigía su puesto. Y además, el curso siguiente me convertí en su ayudante.
Esa fue mi primera experiencia con la docencia. Vigilaba y repartía los materiales, pero, de vez en cuando, también podía enseñar un poquito de lo que yo ya había aprendido en los últimos años, a todos esos y esas insensatas que buscaban dedicarse a la fotografía.
Así que, poco a poco, el gusanillo de dar formación empezó a crecer, creo que un poco por Pedro y otro poco por Manolo que me enseñaron lo apasionante que puede ser enseñar a los demás todo lo que, hasta ese momento había aprendido. Así que, tras un golpe de suerte, unos meses más tarde me ofrecieron la oportunidad de impartir un taller de fotografía en el barrio de Orcasitas. Estaba muerte de miedo porque, como dijo el presidente Roosevelt en primer lugar y más tarde el tío Ben a su sobrino Peter Parker (por cierto fotógrafo, además de hombre araña): “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” y es que yo soy de los que cree que tener la capacidad de enseñar, formar y educar es un gran poder.
Aquel taller del año 2001 fue el primero de muchos, pero fue en ese primer taller donde empecé a darme cuenta de que la formación era aquello a lo que me quería dedicar. Puede que haya personas que nunca hayan sentido esto mismo pero las que lo hayan vivido, saben que es una experiencia fabulosa.
Y desde entonces he pasado por centros culturales, escuelas privadas y actualmente, ya desde hace unos diez años, por la Universidad Carlos III de Madrid haciendo lo que más me gusta, enseñar a transformar ese pensamiento terrorífico de “Maldita Fotografía”, al no saber qué valores poner en la cámara para que la foto no salga muy blanca o muy quemada o desenfocada o movida, en un “joder, esto me encanta. Mira cómo ha salido”.
Madrid, 2020.